Joyas Prestadas.
Cuando piensas en el
paso del tiempo, a veces asusta. Cierras los ojos y te ves de
chiquitita, con tu abuela, en tu pueblo y corriendo. Porque amigos,
los niños menores de tres años nunca andan, en cuanto se bajan del
cochecito, empiezan a correr como si un diablo los persiguiera. Yo en
mi pueblo corría mucho o eso es lo que me han dicho.
Pasan unos años y
te ves estudiando. Memorizando datos y datos que hoy en día no me
sirven para nada. Desde la clasificación de los cetáceos, hasta las
doce tribus de Israel: Zabulón, Neftalí, Rubén, Aser… y es una
información que nunca se me irá de la cabeza. Y es que para eso las
monjas son ideales. Creo que si una monja me hubiera dado matemáticas
se me hubieran quedado todas las fórmulas habidas y por haber…
Pero no, ellas con la religión y la clasificación de los mundos:
“Cuarto mundo: los suburbios y arrabales de las grandes ciudades.”
Vamos el cuarto mundo es donde callejeros se ha ganado más la vida y
algunos periodistas pueden que la hayan perdido, a manos de esos
personajes pintorescos que siempre nos dejaban frases lapidarias y
que sin ellos saberlo eran los reyes de Youtube durante mínimo dos
semanas…
Pero es curiosa la
información que se te queda en tu cerebro pasen los años que pasen.
De mi infancia recuerdo mi primer ken. Un hombre rubio y elegante con
un traje chaqueta negro, una corbata y una camisa blanca. Recuerdo
que llevaba hasta un fajín. Eso es elegancia y lo demás tonterías.
Así luego he tenido los chascos que he tenido en mis relaciones. Si
todos hubieran llevado fajín, otro gallo hubiera cantado.
Sin duda el hombre
más elegante que he tenido entre mis brazos es él. Mr. Big. Tan
elegante como el de Carrie, igual de esquivo también. No sé si mi
historia con Mr. Big tendrá segundas partes pero os aseguro que
ésta, la primera y de momento única parte, no la voy a olvidar en
mi vida.
Mi Mr. Big me vino a
buscar a las 10 de la mañana de una soleado día de invierno. Íbamos
a hacer nuestra primera escapada a un hotel romántico que había en
la montaña. Él, cómo buen Big, no me consideraba su novia, siempre
estaba con el no compromiso en la boca y con que si encontraba
alguien mejor que ya sabía lo que tenía que hacer. Después de la
sexta vez que oí esas palabras empecé a hacerles caso omiso y a
fantasear en que algún día él se comprometería. Chino-chano
fuimos haciendo viaje y sobre las dos de la tarde paramos a comer a
un encantador restaurante con mesas redondas y manteles hasta el
suelo. “La escapada empieza bien” pensé. Y es que Mr. Big todo
lo que tenía de hermético lo tenía de elegante y os aseguro que
era mucho. En estos últimos meses habíamos ido a los mejores
restaurantes, a los sitios más top y más chic y a los menús de
gustación más impresionantes de nuestra ciudad. Eso queridos amigos
te hace sentir cómo una princesa y aunque no quieras te vas
enamorando del cuento y de tu príncipe hasta la médula.
Después de una
comida fabulosa y una charla amena con postre, seguimos nuestro
camino hacia el destino marcado. Marcado por el G.P.S que la verdad
se estaba haciendo un poco de lío. Y es que nuestro hotelito estaba
en un pueblo de montaña, tan perdido, tan perdido, que no se si
Google tenía conocimiento de él… Con dificultades pero con mucha
risa, llegamos. Aparcamos. Y cogimos las maletas. Dos cosas me di
cuenta es ese momento, Mr. Big necesitaba muy poco equipaje y ¡madre
de Dios si había venido en zapatos! Ahí acepté que sin duda era
una auténtico Gurú de la elegancia. Vale que aunque para ser
invierno no hacía demasiado frío y por supuesto no nevaba pero
venir en pantalón de pinzas, zapatos y camisa... ¿era demasiado? Yo
le dí un pedazo de beso, no sé si por aceptar mi invitación a esta
escapada, si por ser el tío que más se parecía a mi Ken, o porque
yo misma empezaba a fantasear con algo más… Hoy en día aún tengo
la duda lo que sé a ciencia cierta es que en aquel momento no
podría estar más contenta.
Llegamos a la
habitación y como buenos casi novios nos faltó tiempo para tirarnos
a la cama y tener un sexo absolutamente salvaje. Esa tarde no salimos
del hotel, hicimos sexo, bañerita, más sexo, duchita y nos bajamos
a cenar. Cenamos unas deliciosas verduras y una carne al horno
buenísima, acompañado de un vino tinto y tan fuerte, que al pobre
Mr. Big, le mató. Ya que se tuvo que subir corriendo a la habitación
porque se empezó a encontrar mal. Al rato bajó con mejor cara y
mucho mejor ánimo. Y es que a veces los vinos de la región son tan
duros que un hombretón como mi Big no los aguanta. Supongo que esto
es cuestión de física: a un Hombre cómo Mr. Big no se le puede dar
un vino duro ya que cómo él también lo es, se crea un cataclismo
en su estómago matador; y es, sin duda, lo que le ocurrió aquella
noche. Los polos iguales se repelen y los opuestos se atraen; así
que, partir de entonces, Mr. Big bebía lo que denominábamos vino de
princesa. Un blanquito suave, un tinto no muy seco… Y os aseguro
que funciona, con esta ley de única chica cosmo nunca más a Mr. Big
le ha dado un chungo para tener que irse corriendo.
Después de la cena
y para que no se me muriera en la cama nos fuimos a dar un paseo por
el pueblo. Era noche cerrada y estaba llenito de estrellas. La verdad
que un poco pasteloso fue, pero en mi memoria lo recuerdo romántico
y divertido. Él, un chico de ciudad más que de campo, ya sabéis
por los zapatos..., tenía un poco de miedo a resbalarse por esas
calles que la última vez que vieron el asfalto fue en el siglo
diecinueve; así que se cogía fuerte de mí y yo me sentía en la
gloria. Él, yo, las estrellas…
Y ahora todos estos
momentos, todo lo vivido con Big, todas nuestras cenas con manteles
blancos hasta el suelo y toda nuestra relación, está únicamente en
mi cabeza. De ahí el título de este post. Para mí estos momentos
son joyas prestadas. Ya que no sé cuánto durarán en mi cerebro. La
tribus de Israel sé que durarán de por vida. Puede que a los
setenta años tenga alzheimer y yo siga con el Zabulón, Neftalí…
Pero los recuerdos que no quiero que se borren nunca, como este por
ejemplo, no sé cuánto tiempo estarán en mi memoria. Y es que esto
es un fastidio. El tiempo, dicen, que todo lo cura; pero yo añadiría
que también todo lo borra. ¿Porque curar lo incurable y borrar lo
imborrable? El tiempo es un poco cabrón. ¿No podría curar sin
borrar? Algún día no recordaré los detalles de Mr. Big, ese
hombre elegante que se iba al campo con zapatos, sus pantalones beige
y su chaqueta de otoño. Alguno me dirá, tranquila, siempre tendrás
el Google fotos. Pero no. Porque, como al auténtico Mr. Big, el de
Carrie; no le gustaba nunca que le hiciera fotos. De hecho, fotos
nuestras, de toda la relación, solo tengo una. ¡Una! Sí, sí, leéis
bien. Que en un mundo digital como el que estamos solo tenga una, es
ser la persona con más mala suerte del mundo. Espero al menos haber
sido la única novia que ha conseguido sacar una foto de los dos. Si
las demás tienen más de cinco me pego un tiro. Porque sin
documentos gráficos solo puedo confiar en mi memoria, en mi
capacidad de recordar y en el tiempo, que siendo cabrón como es…
bastante mal lo tengo. Espero que el tiempo me deje esas joyas
prestadas durante muchos años para poder revivir nuestra historia y
poder ver en mi cabeza esos zapatos, esas camisas y esos pantalones
de pinzas, que un día cualquiera entraron en mi vida y pasado un
periodo muy corto de tiempo sin saber muy bien cómo salieron de ella
para no volver.
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