Adiós Héroes 3, Hola Everdell.
Todo empezó con un mensaje: “Buenas tardes ;) Este es mi número. Si te aburres en el trabajo puedo darte conversación en la medida de mis posibilidades” Sencillo, correcto y sin faltas de ortografía. “Muy bien” pensé mientras cruzaba el semáforo y llegaba a la puerta de mi empleo. Había hecho match con un chico interesante, resultón y simpático. Las fotos de su perfil indicaban que era alegre y muy divertido: ¡en todas salía sonriendo! Eso me conquistó. Hacía mucho tiempo que no veía una sonrisa tan divina. Leí su descripción con la imagen de sus labios curvados todavía en mi cabeza.
Era un hombre de pocas palabras pero las que puso en su perfil me encantaron. No tardé más de unas horas en enviarle mi número de teléfono. La conversación se tornó muy amena y agradable. Descubrí que era un fanático de los juegos de mesa y fue una agradable casualidad: había abierto la puerta de mi lado fricky. Éste empezó a saltar de alegría, llevaba varios años encerrado sin poder tener su momento de gloria. Nos pasamos largo rato hablando de juegos de ordenador de los noventa, de los de tablero, cartas y piezas que hoy valen un dineral porque se consideran Vintage. Aquella conversación parecía sacada de una extraña mezcla entre Rompe Ralph, Lego y Ready Player One. Nuestro lado Fricky estaba en auge. Nos reímos un montón recordando pelis de serie b y largometrajes míticos de nuestra infancia. La niña que llevo dentro salió a pasear entre mis recuerdos y con esta sensación de tazos y olor a chicle Boomer de sandía me entregué a un sueño muy reparador.
Al día siguiente me desperté con la sensación de que estábamos en 1993. En cuánto mis hijos se empezaron a pelear recordé que casi tenía cuarenta años y que había estado chateando con alguien que poseía el poder de meterse entre mis recuerdos. Me fascinó recordar y releer las palabras de ayer. Hasta ese momento no me había dado cuenta que echaba mucho de menos conectar tanto con alguien. Adoraba su alma de raro, su cerebro mínimo de ciento veintitrés y su sonrisa arrebatadora. Un auténtico tesoro para mi gusto. Solo le faltaba haber estudiado alguna ingeniería y podría ser suya para siempre. La gente que me conoce sabe que tengo debilidad por los cerebritos científicos, rarunos e introvertidos; actualmente llamados I.N.F.J. ¿Sería su inteligencia tan avanzada para darse cuenta que a veces te tienes que tirar a la piscina o sería cómo tantos otros que todo lo que tienen de inteligente lo tienen aún más de cobardes?
Poniéndome las botas pensaba en ello y sinceramente esperaba que sí. Estaba cansada de pasar por lo mismo una y otra vez, necesitaba conocer a una persona con mayúsculas. Necesitaba un flechazo, un click, un meneíto del corazón, necesitaba un chico que no tuviera miedo de enseñarme su cuerpo y su alma. Empecé a meditar en ese sí. Me maravillaba la capacidad que tiene nuestra psique de hacer planes a tan largo plazo con personas que ni tan siquiera conocíamos. Debo confesar que soy bastante adicta a ello, me encanta dejar volar mi imaginación y descubrir hasta dónde es capaz de llegar. Puede que por eso sea tan buena escritora... Mientras me dirigía al magnífico Arco del Triunfo mi mente estaba ya viajando con él a unos diez años de distancia de aquel momento. Le pedí que regresara, estaba a una calle de verlo en directo y no quería perderme ni un solo segundo. Doblé la esquina y vi a un chico bien proporcionado apoyado en uno de los lados del Arco. Los ladrillos anaranjados destacaban por debajo de su sudadera negra. Llevaba unos tejanos azules, una camiseta negra y unas zapatillas Convers rojas de caña alta. Su estilo informal y desenfadado me hizo reír. Es un estilo tan de Michael J. Fox, es un estilo tan de los noventa que tuve que poner una barrera en mi cerebro para guardar a la niña de diez años, con flequillo y pulseras y que siempre llevaba corazones de melocotón en el bolsillo de su bata del colegio y dejar salir a la mujer de casi cuarenta, vestida para una primera cita, que siempre lleva el corazón dispuesto a llenarlo de amor.
Nuestras palabras nos llevaron a pasear por los barrios más antiguos de la ciudad Condal. En la Ciudadela hablamos de relaciones y de nuestras experiencias en el mundo de las citas. Reímos mucho y nuestra conexión fue muy auténtica. Mi psique ya estaba montando una casa para vivir con él y mi corazón no podía más que disfrutar de ese cerebro bromista y sin límites. Mis ojos miraban de reojo su cuerpo y hasta tuve un momento sexy imaginándome cómo sería este hombre entre las sábanas. Para borrar mi momento erótico y porque mi estómago me reclamaba comida decidí proponerle continuar la cita en un restaurante. La gente suele ser un poco extraña en este aspecto. Hay personas que en el primer contacto no le gusta desvelar cómo cogen el tenedor o cuál es su plato favorito. Hay otros que lo ven demasiado íntimo y piensan que en el postre les vas a proponer matrimonio. Yo adoro conocer cómo es la gente mientras come. Es cierto que puede ser un momento íntimo, provocativo o revelador pero no me neguéis que es absolutamente necesario. ¿Acaso la gente no come varias veces al día?
Camino al restaurante continuamos con nuestra memorable conversación. Lo bueno que teníamos es que podíamos cambiar de tema cada diez minutos y luego retomarlo como si nada hubiera pasado. Adoro la gente que sigue mi alocado cerebro. En ese sentido tengo un pequeño defecto: cuánto más nerviosa estoy más temas mezclo y más rápido hablo. Llega un momento que hasta me atoro charlando, ya que, siento que mi cerebro va infinitamente más rápido que mi lengua. Es un momento bastante vergonzoso, pero a la gente le suele parecer adorable. Respiré hondo mientras entrábamos en el mejicano. Si me mantengo tranquila esto no me sucederá con él.
Le llevé a un sitio que me encanta. Había ido miles de veces, conocía a todos los cocineros, camareros, barman e incluso a algún cliente. Entramos y... Dios, ¿Dónde está Jesús, Rubén, Aline? Me sentí cómo si me hubiera teletransportado a otro restaurante exactamente igual pero sin mi gente. Empezamos bien... ¡Rubén! Grité al verlo al final del local ¡genial! No quería quedar mal con mi cita. No quería ser una de esas clientas que piensan que le conocen y realmente es una fantasía de su propia imaginación. Mi camarero favorito me salvó. Nos recomendó una deliciosa comida de domingo acompañada de un alucinante cóctel mejicano. La verdadera sorpresa fue que este querido hombre con la sonrisa deliciosa solo pidió un plato. ¡Horror! Pensé. Demasiado bueno para ser verdad. A mí me alucina comer, cocinar, degustar y no me había planteado nunca que había gente que no le gustase esta deliciosa afición. Últimamente estoy descubriendo muchas personas que solo comen para sobrevivir y me parece desperdiciar una mesa en un buen restaurante. Esa gente no debería nunca de salir a comer nunca. Me decepcioné bastante al pensar que él pudiera ser uno de ellos. Supongo que lo notó en mi cara porque rápidamente me dio la explicación de que hacía unos meses que se encontraba mal y que no sabían muy bien lo que tenía en el estómago. Eso no me tranquilizó en absoluto, pero tenía un fantástico plato mejicano delante mío y me dispuse a disfrutarlo.
Nuestra conversación continuó tan fresca como a primera hora de la mañana. Entre los cócteles y el fabuloso postre que nos ofrecieron decidí no ser tan maniática con él respecto a la comida. Más que nada porque devoró el postre cómo si no hubiera un mañana. Era goloso, elocuente y guapo, un hombre así no me podía fallar en el tema culinario. Solo era cuestión de llevarle a un buen médico y podríamos disfrutar de cualquier cena que se nos pusiera por delante.
Nuestros pasos nos llevaron a la zona alta de Barcelona. La luz se iba poniendo y nuestro encuentro se iba agotando. Yo había quedado para cenar y él debía volver a casa. Después de ocho horas de cita mi psique había construido una vida entera con él y casi un panteón para enterrarnos a nosotros y a nuestra familia. Llegamos a la puerta de mi casa y me reí ya que al final me pudieron los nervios y en una cafetería de la Diagonal había tenido un momento de traba lingüística. Él no podía parar de reírse de una forma tan adorable que me conquistó por enésima vez en ese día. Fue el momento estrella de la tarde. Pasase lo que pasase entre nosotros creo que eso no lo olvidaría jamás. Nos dimos un par de abrazos y nos despedimos muy dulcemente. Llegué a casa y no esperé más de cinco minutos para escribirle. Quería que supiera que a mí me interesaba. Tengo casi cuarenta no estaba dispuesta a ser discreta, o a esperar que él me escribiera. La discreción y la paciencia nunca han sido mis virtudes y cómo dicen por ahí más vale las cosas claras y el chocolate espeso.
Me contestó enseguida y pude disfrutar imaginando y soñando cómo sería nuestra historia. Supongo que algún día aprenderé a ser paciente y a no emocionarme tanto cuando conozco a un chico que me fascina. Después de muchas malas relaciones debería haber aprendido ya, aunque creo que eso forma parte de mi encanto. Sin imaginar situaciones no sería escritora, y por mucho que mis relaciones amorosas no salgan bien, necesito proyectar que sí aunque sea para empezarlas. Supongo que es una paradoja más que tiene nuestra querida especie humana. Ahora mismo no puedo dejar de fantasear con una mesa enorme, unos cuántos amigos frikis, él, yo y Everdell. Me imagino jugando una partida a ese fantástico juego que fue testigo de nuestras primeras palabras. Lógicamente perdió la partida, digamos que no pudo concentrarse demasiado. Decidió perder para poder continuar hablando conmigo. ¿Hay algo más bonito que eso? Everdell nos unió no hace más que unas cuántas horas, y si el destino quiere, será para siempre. Adiós Héroes 3, Hola Everdell.
Comentarios
Publicar un comentario