Ella.

Me levanté de la cama como un martes normal. Ducha, café, traje, repasar los mails en el ipad y a conducir. El tráfico de siempre, la música de siempre, llegar al mismo sitio de siempre, el café de la máquina asquerosa de siempre, las odiosas reuniones de siempre; pero algo poco habitual se me pasó por la mente. Ella no estaba. No me había dado el beso de buenos días, mientras retozaba en la cama, solo cinco minutos más; ni me había enviado el audio a las nueve y media diciéndome: “perdona amor pero no me ha dado tiempo ha hacer la cama”; ni me había enviado memes graciosos mientras desayunaba. Mi mente un martes cualquiera a la una del mediodía acababa de asumir que éso no había pasado, y nunca más volvería a pasar.

El día no volvió a ser igual, la semana tampoco. ¿Cuándo había pasado todo esto? ¿Por qué? ¿Volvería? Demasiadas preguntas se me acumulaban en la cabeza. Sé perfectamente cómo pasó. Una pelea más. Muchas palabras gritadas, insultos en su mayoría. Creo que lo veía todo como en una película en blanco y negro, de esas, que las imágenes van hacia atrás, muy lentamente. Ella cogiendo la maleta del armario superior, observando cómo casi se le cae en la cabeza (eso me hizo reír, a ella le hizo enfadarse más). Me mira con unos ojos gélidos, me dice algo que no puedo recordar. Mete ropa. Yo me asusto, la quiero parar, no puedo. No debo. Paso a la imagen anterior, recuerdo que estoy enfadado, recuerdo insultos, gritos, lloros, no puedo recordar. Paso de nuevo, ella dice algo y se pone seria, ahí empezó el fin. Paso otra para atrás. Es la noche anterior, venimos de un cumpleaños, ella está melancólica pero súper guapa. El vestido negro le queda genial y los tacones, ella no podía ir a ningún evento sin ellos. Tenía una elegancia innata, conquistaba a la gente con la mirada, no, conquistaba a la gente con la sonrisa. Me quedo con este momento. Ella, la sonrisa, los tacones y el vestido. ¿Hicimos el amor esa noche? Sí, claro que lo hicimos. Cómo todas las noches. Debo de recocer que soy más de mañanas, pero ella era de noches. Desde el primer día me lo dejo claro. Yo, por las mañanas, me dedicaba a darle besitos por el cuello y otras zonas, teniendo la esperanza de que ella se despertara con ganas, pero reconozco que muy pocas veces conseguí mi objetivo. Eso, por un lado me daba rabia, ¿por qué tenía que mandar ella? Pero cuando me miraba con sus ojos grandes y su sonrisa, me derretía y podía hacer conmigo cualquier cosa. Me quedé con esa imagen antes de irme a dormir. Me encantaba verla en la cama. Cerré los ojos e imaginé que aún seguía a mi lado.

A las dos horas me desperté cachondo. Obvio, mi cuerpo estaba acostumbrado a polvo diario… La verdad es que hablándolo con mis amigos, tenía mucha suerte. El sexo suele ser un problema, una vez pasado el año de relación. Nosotros llevábamos más de cinco, y seguíamos como el primer día. Era como nuestro ritual antes de irnos a dormir. A veces, reconozco, que el peso del trabajo me hacía tener pocas ganas, a ella también le pasaba. Ser adultos tiene ese hándicap. Las preocupaciones económicas, la familia, los amigos, el trabajo… Nos llenamos la mente de tareas y obligaciones absurdas y a veces nos olvidamos de lo realmente importante: tu tiempo. Cuando llegaba ese momento, hablábamos. Al principio de cualquier cosa, luego del tema que nos preocupaba en cuestión y cuando nos liberábamos del mal, como dicen en la religión católica, disfrutábamos de nuestros cuerpos con una ansia y una pasión como nunca he tenido con nadie. Así que ahora me tenía que acostumbrar a ser un soltero más en esta ciudad. Y hacerme pajas cada noche antes de irme a dormir.

Las primeras semanas se pasan lentas. Es como si te hubieran dado un tortazo, de estos, como en los dibujos animados, y vas dando vueltas y vueltas hasta que paras, te caes y asumes todo lo que ha pasado. Calculo que entre la tercera y cuarta semana es cuando empiezas a asumir que estás solo. Y eso es lo más duro que he hecho en mi vida. Es cierto que los hombres no hablan mucho de sus sentimientos, o de su intimidad, pero yo con mis amigos sí que hablo. Ellos han sido un gran apoyo en estos momentos. Lo curioso de los amigos es que te sueltan frases como: “tío, no pasa nada, tampoco estaba tan buena”, o “anda tío que eres un chaval en la flor de la vida, ahora podrás hacer todo lo que te apetezca y sin pedir permiso a nadie” y la mejor de todas “pero si en el fondo te ha tocado la lotería, ahora podrás ligar con un montón de pavas”. Los amigos te dicen esto, porque toca. Creen que es lo mejor que pueden hacer por ti. Y cogen tu móvil y te abren una cuenta en la últimisima app de ligoteo sin tu permiso; mientras tú estás contando por enésima vez porqué ella se fue. Cuando empiezas a recoger la casa y no para de sonar tu móvil, te extraña. Lo coges, lo miras y descubres que tienes mensajes de una chica travesti que quiere quedar hoy. En esos momentos, no sabes si matarlos o reírte de todo. Optas por la segunda opción mientras le explicas a Débora que esta noche no puedes quedar y probablemente ninguna noche. Le pones la excusa más vulgar que conoces: “Perdona, tengo novia” y le cuentas amablemente que uno de tus amigos te ha metido en este lío ya que le debías una.

Al mes y medio ya te cuesta dormir menos, has salido algún día con tus amigos pero no te ha apetecido ligar mucho. Hay chicas preciosas por ahí, pero crees que es mejor, acabarte de curar de tu anterior relación, antes de empezar con otra. Está siendo muy dura la ruptura. Entiendes perfectamente porqué se torcieron las cosas, y racionalmente piensas que es lo mejor. Pero algo en tu alma no acaba de estar muy de acuerdo. Se te pasa la idea de llamarla. Tus amigos te advirtieron que te sucedería, también te dijeron que descartases ese pensamiento de inmediato. Las segundas partes nunca fueron buenas. Vosotros, por mucha química que tenéis no sois “El padrino dos”. Tienen razón. Dejas el móvil y entonces se te pasa por la cabeza lo de las apps de citas. Coges el teléfono de nuevo y empiezas a investigar. Uff necesitas un trago. Te sirves un whisky, del bueno, y te vas al sofá. Las imágenes de chicas se te mezclan con las de ella. Eres fuerte y te dices a ti mismo: “Ya es hora de sacar mi gentleman y olvidarme de su sonrisa” Saboreas un trago largo y empiezas a elegir. Das unos cuantos likes y de momento no pasa nada más. Qué aburrido es esto, voy a ver el fútbol.

A la mañana siguientes tienes mensajes. Una tal Sandra te ha escrito preguntándote varias cosas. Uff que energía de buena mañana… Acabas de tener un déjà vu. Antes, tú eras el enérgico madrugador, ahora podría ser ella, bueno la nueva ella… quiero decir Sandra. Porque ella solo hay una. Vas a la ducha y te pones a llorar. No habías llorado todavía por ella. Lo ves lógico y racional. Es algo por lo que pasa todo el mundo. Pero a ti no te había pasado nunca. Siempre has tenido relaciones de pareja, algunas más largas, otras más intensas pero no te habías enamorado nunca. Y la diferencia es abismal. Ahora duele, físicamente hablando, duele mucho. Duele tanto que te sorprende.

Llevas dos semanas chateando con Silvia, Sandra era demasiado habladora a las 7 de la mañana. Por darle un guiño a tu ex, quiero decir a ella, no soportas los mensajes antes de las 9. Esto va a ser así, siempre. Ella te lo enseñó. Silvia trabaja desde casa, normalmente de tarde o noche. Es agente literaria y se dedica a leer libros y corregirlos. Mide 1.65, es castaña y tiene la piel muy blanca. Su sonrisa es muy bonita, pero no como la de ella. Te sientes atraído física e intelectualmente así que habéis quedado para el viernes. Habláis de muchas cosas. Ella hace un año que no sale con nadie, es una crack en redes sociales y domina mucho esto del match, los likes, los hechizos… Le has explicado cosas de tu trabajo, de tu familia, de tus amigos pero no le has dicho que hace relativamente poco que has cortado con alguien. Los dos sois adictos al te y a la comida en general. Os habéis pasado horas hablando de restaurantes. Así que le vas a sorprender con un japonés que ella te ha jurado que no conoce.

El viernes por la mañana te encuentras muy animado. Se te ha pasado por la cabeza que puedes tener sexo con Silvia. Te asusta un poco, ya que es la primera vez sin ella. Pero crees que estás preparado, quizás para una relación larga no, pero para unos polvos, con algunas cenas y conversaciones interesantes, seguro que sí. Aunque esta noche lo descubrirás. Antes de bajar al garaje, abres el buzón. Hace semanas que no lo miras. Facturas, publicidad y... una carta rara, con un sobre rosa, un sello de Frozen. Por un momento, se te para el corazón. Es de ella. La abres, la lees y lloras. No es la típica carta de despedida, es la carta de lo siento, te echo de menos, no hay nadie como tú, te quiero y no puedo vivir sin ti, ¿podemos vernos esta noche, cenamos, hablamos y si me quieres todavía follamos y lo arreglamos? Se te pone los pelos de punta al leer esto último. Necesitas el consejo de todos tus amigos, la mayoría te dirá que hagas lo que sientas; pero no tienes ni puta idea de lo que quieres hacer y menos de lo que sientes. Pillas un taxi medio llorando, medio riendo. Al primero que vas a ver, es a Oscar. “Me dejas en esta cafetería, por favor” No puedes ir a verle, sin traerle café y un buen desayuno. En eso se parece a ella. Te abre, todavía dormido, te mira, coge la carta con una mano y el café con la otra y va bebiendo sorbitos, mientras la lee. Tú, le miras desesperado, ¡que acabe ya!. Levanta la mirada y le preguntas: ¿Tú qué harías?

Continuará…

Este texto va dedicado a una gran persona. Le llamaré “la gran E”, en honor, o deshonor (sabes que nos encanta esa palabra) del mote que me puso ella, un jueves random, cuando acabamos “sin querer”, viendo el amanecer, en nuestra querida ciudad de Barcelona. Ella siempre me hace pasar unos momentos fantásticos. Somos las reinas de las palabras, las fiestas y el cachondeo. Nos reímos, tanto sentadas en la playa de su querido Médano; cómo en la coctelería más chic del Passeig de Gràcia. Es una gran persona, una gran amiga y le dedico estas lineas porque ella, mejor que nadie, en este momento de su vida, sabrá apreciarlas. Me gustaría que cuando haya pasado un año, releas este texto, ahora que es casi más tuyo que mío, y te rías. Porque con el paso del tiempo, la visión de los acontecimientos cambia mucho. Lo que espero que nunca cambie, son nuestros encuentros, que, querida amiga, siempre sabemos cómo empiezan, pero nunca cómo acabarán. Lo único que tengo claro, es que quiero que acaben junto a ti. Te quiero.

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