Bella Ciao




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La mayoría de veces, cuando dejamos una relación, sentimos una terrible tristeza. La simple idea de no volver a ver a la persona que amas se te antoja insoportable. Paseas por la estancia dónde ella siempre andaba de puntillas, demostrando que aún, conseguía hacer tercera y cuarta de ballet. A veces perdía el equilibrio pero siempre mantenía esa sonrisa que, si lo pienso bien, fue la que me enamoró. Miras el sofá y no puedes evitar contemplarla en su lado, acurrucadita a ti. Acariciándote el pelo, el brazo, o lo que fuera; a veces su obsesión por los masajes y las caricias rozaba la demencia… Ahora te ríes y sientes no haber dejado que te tocara más, en el fondo te gustaban, pero eras demasiado hombre para decírselo. Hay tantas cosas que no dijiste…


Paseas hasta la cocina, esa diminuta y vieja estancia desde donde ella preparaba los más exquisitos guisos. Era increíble que sin un mármol decente donde apoyar la tabla pudiera hacer magia y crear los platos más deliciosos que habías probado. Te encantaba cómo cocinaba los sofritos, le daba un toque especial a cualquier plato sencillo y así, con un poco de pimienta, pimentón, o cuatro chalotas pochadas, empezaba a brotar un aroma de la cazuela que, cómo si fuera una pócima, te embriagaba y no dejaba que te separases de ella. Miras la pared frente a la nevera y recuerdas cuántas veces os apoyabais para besaros. Mientras cortabais las verduras, cuando iba a buscar algo a la nevera, mientras tirabas las peladuras a la basura… Ella, nunca dejaba de demostrar su amor y su cariño por ti. Ojalá a ti te hubiese salido tan fácil… Y es que tú desde el principio no querías salir con ella; no por el simple hecho de ser “ella”, si no porque la vida, actualmente, te lleva por unos caminos un tanto complicados para tener cabida una relación de pareja. “Ella se merece algo mejor” ese ha sido tu pensamiento durante toda la relación. Y a veces crees que esas palabras grabadas a fuego en tu cerebro no te han dejado disfrutar demasiado. Tú mismo has puesto tantos muros, límites y líneas rojas a esta relación que ella, aunque lo intentó con todas sus fuerzas, no ha podido superarlos. Sonríes, te acuerdas del e-mail. No ha podido superar tus propios miedos pero se tiró de cabeza cuando vio una oportunidad.


Hace unos seis meses, prácticamente siete ya. Recibiste un mail de ella. Era un mail explicativo pero con mucho amor y cariño infiltrado para que a ti, como macho alpha dominante, no te resultase demasiado empalagoso. Después de seis meses tonteando y manteniendo una relación de follamigos ella te pedía dar un paso más. Tú haciéndote de rogar, como buen macho con pelo en el pecho, le contestaste al día siguiente con una sucesión de frases empíricamente demostrables y sin ninguna pizca de sentimiento. Le dijiste que sí. Y ahí en ese momento empezó vuestra relación.

Llegas a la cama. Cierras los ojos y aún puedes olerla. La habitación. Allí habéis vivido los momentos más felices, vuestra primera vez juntos. Las charlas interminables hasta las cuatro de la mañana, las risas, los videos vistos en el móvil mientras comentabais lo que pasaba. Habéis tenido debates de todo, de la religión, de la sociedad, del feminismo, de los niños, de los trabajos… Infinitos temas que teníais en común y que contra más hablabais, más parecidas eran vuestras opiniones. Vuestro sexo, las mamadas, los cunilingus, la sucesión de imágenes de vuestros cuerpos desnudos te hace poner esa sonrisa que a ella tanto le gustaba. No recuerdas haber vivido momentos más felices que dentro de esa cama al lado de ella.

Abres los ojos y ves que estás en tu habitación. La habitación donde llevas viviendo toda la vida. Desdibujas de tu cabeza el plano de casa de ella. Ya está bien de recordar por hoy. Te duele, te ha dolido desde que te diste cuenta lo que estaba pasando. Por un lado la quiero, por el otro “ella se merece algo mejor”


La mayoría de veces, cuando dejamos una relación, sentimos una terrible tristeza. La simple idea de no volver a ver a la persona que amas se te antoja insoportable. Paseas por la estancia dónde tantas veces habíais visto tus chicas “sex and the city” y os habíais divertido de lo lindo. Tú le enseñaste esa serie y ahora siempre que la veas te acordarás de él. Sonríes, miras el destartalado sofá, te tiras en plancha y ves de repente tu televisor. Se te viene a la cabeza la vez que él te enseñó a jugar a la play de tus hijos. Tú que tuviste tu época gamer, allá a los diecisiete, llevabas años sin tocar una consola y él con toda la paciencia del mundo te enseñó los movimientos y las tácticas para jugar al Final Fantasy XII. Fue una experiencia muy entrañable para ti. Él diciéndote por qué camino tenías que seguir y tú dándole golpes al mando y apretando todos los botones en las batallas… ¿No es así como se juega? Se te cae una lágrima…

Caminas pasillo adelante y te topas con la cocina. Aix, cuántos platos habíamos cocinado juntos. Él se maravillaba por la capacidad de invención que tenías y flipaba cuando con un ajo, dos chalotas un tomate pocho y medio calabacín del mes pasado hacías unos platos increíbles. Eso no era capacidad de invención… era ser pobre; pero nunca se lo digáis a él. Podría ponerse muy triste. Yo tenía una sobrada experiencia en la cocina, no tanto por que me gustaba, que también, si no porque tengo dos hijos que alimentar y teniendo 1200€ al mes para hacerlo, la invención pasa a llamrse supervivencia… Ya le tocaría a él algún día.

Todavía no se había independizado, bueno hace años había vivido con una chica unos meses pero no había do muy bien… Ya tendría tiempo. Creo, por lo que percibí de él, será un chico apañado en casa, si tiene hijos será un gran papi (domina el futbol, los videojuegos, todo el mundo de los Pokémon, domina la switch y todo lo relacionado con los youtubers, gamers, millenials, play station, domina el mundo Harry Potter y todas las cosas que les suelen gustar a los adolescentes...) De hecho mi hijo Eric y él se pidieron el mismo juego para Reyes.

A mí esa inocencia me encantaba de él. Aunque reconozco que quizás fue también nuestro final… Él es una hombre con cinco años menos que yo. Y eso me encantaba. Me encantaba que no tuviera casi experiencia en las cosas, que se sorprendiera por todo… Era cómo el típico universitario que no había visto una teta en su vida pero con un trabajo, un becario a su cargo y muchas cosas en su vida que le impedían tener una relación normal con una mujer. Así que me colé hasta las trancas de ese niño grande. Estuvimos unos meses de rollo porque él no paraba de repetir “que me merecía algo mejor” Yo haciendo oídos sordos pasé de su cara e hicimos un viaje en el tiempo hasta el instituto: yo le pedí salir con una carta electrónica (o sea un mail) y él me dijo que sí (al día siguiente después de pedir permiso a sus padres, quiero decir... a su play)

Me río y me encuentro apoyada en la pared donde tantos besos nos hemos dado. Esa pared ha sido más testigo de nuestros preliminares que las paredes de los lavabos de los institutos. Paso la mano por ella, cierro los ojos y se me eriza la piel solo de pensar que ya no está aquí conmigo, en esta cocina.

Voy directa a la cama y de un salto me meto en ella. Hace días que no está y creo que su olor se ha borrado ya de las sábanas. Odio eso, odio no tener a penas nada de su presencia en mi casa. Me agarro fuerte a su almohada y cierro los ojos. Cuántos momentos vividos en esta habitación… Me van pasando imágenes, sonrisas, charlas orgasmos, abrazos, miradas. Y es que aunque teníamos edades diferentes y vidas distintas, compartíamos nuestro frikismo por las cosas buenas de verdad. Las series, las películas siempre en V.O cómo no. Nos pasábamos horas hablando de Bernard de Westworld y debatiendo en audios interminables los últimos capítulos de juego de tronos. Veíamos los mismos youtubers (es cierto, yo también tengo algo de milenial) y me parecía que podríamos ser el uno con el otro durante siglos. Creo sinceramente que con nadie en mi vida he tenido tantísimas cosas en común...

No puede ser. Es imposible que tanto amor acabe así. Se me concibe una idea en la cabeza. Una idea que no se me había ocurrido nunca. Es osada, atrevida y algo peliaguda. Si no podemos mantener una relación normal, pues mantengamos una relación subnormal, o retromonguer, o anormal… Total, a todas esas palabras le acaban llamando “especial.” Quiero una relación “especial” con él. Quiero que cojamos a la vida por los cuernos y le digamos: “Hoy no. “ (Gran frase, mejor persona) Quiero que nos sentemos, debatamos y solucionemos esto. Quiero que vuelva a mi cama a dejar más olor en la almohada y que luego se vaya corriendo y sin desayunar porque la vida le reclama. Quiero ser feliz con él, el tiempo que la vida nos deje. Y para todo lo demás siempre me quedará cocinar. (Hoy tengo arroz, cien gramos de parmegiano y una cebolla lila.)

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